El examen diario no es una evaluación moral de nuestros actos. Ni una inquisición psicológica. Tampoco un moralismo desordenado.

Es una breve oración contemplativa que sirve para tomar conciencia de cómo Dios pasa y actúa en nuestras vidas. Un espacio para clarificar nuestras “mociones” (esos movimientos o ‘estirones’ del alma). También es tiempo de encuentro con uno mismo y una especie de taller para ponerse a la escucha de Dios.

Se trata de hacer un recorrido por las actividades del día y poner atención en las emociones que sucedieron. Para discernir toca contemplar las mociones más importantes del día y preguntarse ¿de dónde vendrán?, ¿a dónde llevan?, confrontarlas con nuestro proyecto personal de vida y así tratar de captar qué nos quiere comunicar Dios con esos impulsos y señales.

Discernimiento también es saber conocernos y reconocernos en lo que somos, sentimos y pensamos. Es entrar en uno mismo para descubrir qué hay en esas áreas a las que difícilmente ingresamos. Posiblemente nos hallemos ante pensamientos enredados, confusiones y contradicciones que hay que discernir, es decir: separar y deshojar todo lo que nos ocurre para reconocer los elementos que intervienen y saber cómo manejarlos. Dios nos quiere alegres y libres.